Capítulo 41

Un Idilio en la India del Sur

   “Es usted el primer occidental, Dick, que entra en este santuario. Muchos otros lo han intentado en vano”.

   Al oírme, el Señor Wright pareció sorprendido, después satisfecho. Acabábamos de salir del bello templo Chamundi, en las colinas que se alzan junto a Mysore, en el Sur de la India. Allí nos habíamos postrado ante los altares de oro y plata de la diosa Chamundi, deidad patrona de la familia del maharajá reinante.

   “Como recuerdo de tan exclusivo honor”, dijo el Señor Wright guardando unos pétalos de rosa bendecidos, “conservaré siempre estas flores, rociadas por el sacerdote con agua de rosas”.

   Mi compañero y yo1 pasamos el mes de Noviembre de 1935 como invitados por el Estado de Mysore. El Maharajá, H.H. Sri Krishnaraja Wadiyar IV, es un príncipe modélico por su inteligente entrega a su pueblo. Hindú piadoso, el Maharajá ha nombrado a un mahometano, el capacitado Mirza Ismail, su Dewan o Primer Ministro. Los siete millones de habitantes de Mysore tienen representación tanto en la Asamblea como en el Consejo Legislativo.

   El heredero del Maharajá, H.H.el Yuvaraja, Sir Sri Krishna Narasingharaj Wadiyar, nos invitó a mi secretario y a mí a visitar su adelantado y progresista reino. Durante la quincena anterior me había dirigido a miles de ciudadanos y estudiantes de Mysore en el Town Hall, el Maharajah’s College, la University Medical School; y había dado tres conferencias masivas en Bangalore, en la National High School, el Intermediate College y el Chetty Town Hall, donde se habían reunido alrededor de tres mil personas. No sé si los atentos oyentes dieron crédito o no al vivo cuadro que pinté de América, pero los aplausos fueron siempre fuertísimos cuando hablé de los beneficios que podían resultar del intercambio de las mejores características de Oriente y Occidente.

   Ahora el Señor Wright y yo estábamos descansando en la paz tropical. Su diario de viaje aporta el siguiente relato de sus impresiones de Mysore:

   “Campos de arroz de un verde brillante, intercalados con parcelas de caña de azúcar, con sus adornos de borlas, abrigados a los pies protectores de las colinas rocosas; colinas que salpican el esmeralda panorama como excrecencias de piedra negra; y el juego de colores es realzado por la repentina y dramática desaparición del sol, como si buscara descanso tras las solemnes colinas.

   “Hemos pasado muchos momentos extasiados observando, casi ausentes, el siempre cambiante lienzo que Dios tiende por el firmamento, ya que sólo su mano puede producir colores que vibran con la frescura de la vida. Esa lozanía de colores se pierde cuando el hombre intenta imitarla con simples pigmentos, pues el Señor recurre a un medio más simple y efectivo, óleos que no son ni aceite ni pigmentos, sino tan sólo rayos de luz. Lanza una mancha de luz aquí, y se refleja el rojo; mueve de nuevo la brocha de un lado a otro y la mezcla gradualmente con naranja y oro; después, con una penetrante estocada, acuchilla las nubes con una veta de púrpura que deja un rizo o un fleco rojo rezumando de la herida de las nubes; y así, una y otra vez, juega, día y noche, siempre cambiante, siempre nuevo, siempre fresco; no hay modelo, ni duplicados, ni un solo color igual. La belleza del cambio que experimenta la India entre el día y la noche no tiene parangón; a menudo el cielo aparece como si Dios hubiera puesto en su caja de pinturas todos los colores y los hubiera lanzado con fuerza al caleidoscopio del cielo.

   “Debo relatar el esplendor de una visita crepuscular al inmenso Krishnaraja Sagar Dam2, construído a dieciocho kilómetros de Mysore. Yoganandaji y yo cogimos un pequeño autobús, con un chiquillo como oficial de manivela o batería sustitutiva, y nos pusimos en camino por una tranquila calle de tierra justo cuando el sol se ponía en el horizonte y se aplastaba como un tomate demasiado maduro.

   “Nuestro trayecto nos condujo, pasados los omnipresentes campos cuadrados de arroz, a lo largo de una fila de reconfortantes bananos, en medio de un bosquecillo de elevadísimos cocoteros, con vegetación casi tan densa como en la jungla; finalmente, al acercarnos a la cresta de una colina, nos vimos cara a cara con un inmenso lago artificial, que reflejaba las estrellas e hileras de palmeras y otros árboles, rodeado de encantadores jardines en terrazas y una fila de farolas al borde de la presa. Además de todo esto nuestros ojos se encontraron con un deslumbrante espectáculo de haces de luz de colores, que jugaban en fuentes como géiseres y parecían torrentes de tinta brillante saliendo a borbotones, espléndidas cascadas azules, llamativas cataratas rojas, surtidores verdes y naranjas, elefantes arrojando chorros de agua, una miniatura de la Exposición Universal de Chicago, todavía moderna y llamativa en este antiguo país de arrozales y gente sencilla, que nos ha ofrecido una bienvenida tan cariñosa, que temo que se necesite algo más que mi fuerza para que Yoganandaji regrese a América.

   “Otro raro privilegio, mi primer paseo en elefante. Ayer, el Yuvarajá nos invitó a su palacio de verano para disfrutar de un paseo en uno de sus elefantes, una bestia enorme. Subí por una escalera de mano que facilitaba escalar a lo alto del howdah o silla, que es un cojín de seda en forma de caja; y entonces, ¡bamboleos, sacudidas, balanceos y subidas y bajadas a una hondonada, demasiado contento para preocuparme o exclamar, pero agarrado como si se me fuera en ello la vida!”.

   La India meridional, abundante en restos históricos y arqueológicos, es una tierra de indudable y no obstante indefinible encanto. Al Norte de Mysore se encuentra el mayor estado indígena de la India, Hyderabad, una pintoresca meseta cortada por el inmenso Río Godavari. Amplias y fértiles llanuras, las hermosas Nilgiris o “Montañas Azules”, otras zonas estériles de caliza o granito. La historia de Hyderabad, una historia larga, llena de colorido, comenzó hace tres mil años bajo los reyes Andhra y continuó bajo dinastías hindúes hasta el año 1294 d.C., entonces pasó a una línea de soberanos musulmanes, quienes gobiernan actualmente.

   La muestra más impresionante de arquitectura, escultura y pintura de toda la India, se encuentra en Hyderabad, en las antiguas cuevas esculpidas en roca de Ellora y Ajanta. El Kailasa, en Ellora, un enorme templo monolítico, posee figuras esculpidas de dioses, hombres y bestias en las fabulosas proporciones de un Miguel Ángel. Ajanta es el lugar de las cinco catedrales y veinticinco monasterios, todos excavados en roca, sostenidos por inmensos pilares cubiertos de frescos en los que los artistas y escultores han inmortalizado su genio.

   Hyderabad City está honrada con la Osmania University y la imponente Mecca Masjid Mosque, donde se reúnen diez mil mahometanos para rezar.

   También el estado de Mysore es un pintoresco país de las maravillas, situado a 900 m. sobre el nivel del mar, abunda en densos bosques tropicales, hogar de elefantes, bisontes, osos, panteras y tigres salvajes. Sus dos ciudades principales, Bangalore y Mysore, son limpias, atractivas, con muchos parques y jardines públicos.

   La arquitectura y la escultura hindúes alcanzaron su más alta perfección en Mysore, bajo el mecenazgo de los reyes hindúes de los siglos XI al XV. El templo de Belur, una obra maestra del siglo XI, completado durante el reinado del Rey Vishuvardhana, no tiene parangón en el mundo por la delicadeza de sus detalles y la exhuberancia de su imaginería.

   Los pilares de roca encontrados al Norte de Mysore, que datan del siglo III a.C., arrojan luz sobre la memoria del Rey Asoka. Perteneciente a la dinastía Maury, entonces reinante, su imperio incluía casi toda la India moderna, Afghanistán y Baluchistán. Este ilustre emperador, considerado incluso por los historiadores occidentales como un gobernante incomparable, dejó la siguiente muestra de sabiduría en un monumento conmemorativo en roca:

C41TajMahal

   Esta inscripción religiosa ha sido gravada para que nuestros hijos y nietos no crean que nuevas conquistas son necesarias; para que no crean que conquistar por la espada merece el nombre de conquista; para que no vean en ella más que destrucción y violencia; para que no consideren una verdadera conquista nada, salvo la conquista de la religión. Tal conquista tiene valor en este mundo y en el venidero.

   Asoka era nieto del formidable Chandragupta Maurya (conocido por los griegos como Sandrocottus), quien en su juventud conoció a Alejandro Magno. Más tarde, Chandragupta destruyó la guarnición que el macedonio dejó en la India, rechazó la invasión del ejército griego de Seleucus en el Punjab y recibió en su corte de Patna al embajador helénico Megástenes.

   Los historiadores griegos y algunos otros que acompañaron o siguieron a Alejandro Magno en su expedición a la India, han recogido con todo detalle interesantísimas historias. Los relatos de Arriano, Diodoro, Plutarco y Estrabón el geógrafo, han sido traducidos por el Dr. J. W. M’Crindle3, arrojando un rayo de luz sobre la India antigua. El hecho más sobresaliente de la fracasada invasión de Alejandro Magno, fue el profundo interés que demostró por la filosofía hindú y los yoguis y hombres santos que encontraba de vez en cuando, y cuya compañía buscaba ansiosamente. Poco después de que el guerrero griego llegara a Taxila, al Norte de la India, envió un mensajero, Onesikritos, seguidor de la escuela helenística de Diógenes, para que trajera a un profesor indio, Dandamis, un gran sannyasi de Taxila.

   “¡Te saludo, Oh, profesor de Bramines!”, dijo Onesikritos tras ir a buscar a Dandamis a su retiro del bosque. “El hijo del poderoso Zeus, Alejandro, Señor Soberano de todos los hombres, te pide que acudas a él; si accedes, te recompensará con grandes regalos, pero si rehúsas, ¡te cortará la cabeza!”.

   El yogui recibió con tranquilidad esta verdaderamente compulsiva invitación y “ni siquiera levantó la cabeza de su lecho de hojas”.

   “Yo también soy hijo de Zeus, si Alejandro lo es”, observó. “No quiero nada de Alejandro, pues estoy contento con lo que tengo, mientras él vaga con sus hombres por tierra y mar sin ningún provecho, y jamás llega al final de su vagabundeo”.

   “Ve y díle a Alejandro que Dios, el Rey Supremo, no es jamás Autor del mal insolente, sino el Creador de la luz, la paz, la vida, el agua, el cuerpo humano y las almas; recibe a todos los hombres cuando la muerte los libera, sin sujetarlos a ninguna terrible enfermedad. Sólo Él es el Dios de mi homenaje, que aborrece la matanza y no instiga a las guerras.

   “Alejandro no es dios, pues tiene que saborear la muerte”, continuó el sabio con tranquilo desdén. “¿Cómo puede alguien como él ser el dueño del mundo, cuando ni siquiera se ha sentado en el trono del universal dominio interior? Ni ha entrado vivo en el Hades, ni conoce el curso del sol por las principales regiones de la tierra, ¡y las naciones de esos territorios ni siquiera han oído su nombre!”.

   Tras este castigo, sin duda el más caústico jamás enviado a asaltar los oídos del “Señor del Mundo”, el sabio añadió irónicamente, “Si los actuales dominios de Alejandro no son suficientemente grandes para sus deseos, que cruce el Río Ganges; allí encontrará una región capaz de sostener a todos sus hombres, si el territorio de este lado es demasiado estrecho para contenerle4.

   “No obstante, quiero que sepas que cuanto Alejandro me ofrece y los regalos que promete, son cosas totalmente inútiles para mí; las cosas que aprecio y considero realmente útiles y valiosas son estas hojas que constituyen mi casa, estas plantas en flor que me proporcionan el alimento diario y el agua que es mi bebida; mientras las demás posesiones que se acumulan con ansiosa preocupación suelen acarrear la ruina de quienes las amontonan y sólo producen dolor y aflicción, de los que todo pobre mortal está absolutamente lleno. Por lo que a mí respecta, me tiendo sobre las hojas del bosque y no teniendo nada que necesite ser guardado, cierro los ojos con sueño tranquilo; pero si tuviera algo que guardar, eso me impediría dormir. La tierra me provee de todo, tal como una madre proporciona leche a su hijo. Voy a donde quiero, y no existen preocupaciones con las que me vea obligado a cargar.

   “Aunque Alejandro me corte la cabeza, no podrá destruir mi alma. Sólo mi cabeza, entonces silente, quedará, dejando el cuerpo como una vestidura desgastada sobre la tierra, de donde se formó. Entonces yo, transformado en Espíritu, ascenderé a Dios, que nos encierra en la carne y nos pone sobre la tierra para probar si, una vez aquí, vivimos obedeciendo Sus normas y que también nos pedirá, cuando marchemos de aquí a Su presencia, un relato de nuestra vida, ya que Él es Juez de todo pecado de orgullo; para que el gemido del oprimido se convierta en el castigo del opresor.

   “Dejemos pues que Alejandro aterrorice con amenazas a quienes desean riqueza y tienen pavor a la muerte, ya que a nosotros esas dos armas no pueden herirnos; los bramines no ansían el oro ni temen la muerte. Véte pues, y dile esto a Alejandro: Dandamis no necesita nada tuyo, por tanto no vendrá a ti, y si tú quieres algo de Dandamis, vete tú a él”.

   Alejandro recibió con toda atención, a través de Onesikritos, el mensaje del yogui y “sintió un deseo más fuerte que nunca de ver a Dandamis, quien, aunque viejo y desnudo, era el único adversario en quien él, conquistador de tantas naciones, había encontrado a alguien que le derrotaba”.

   Alejandro invitó a Taxila a varios bramines ascetas, notables por su capacidad para responder a cuestiones filosóficas de forma sucinta. Plutarco ofrece un relato de la escaramuza verbal; el mismo Alejandro planteaba todas las preguntas.

   “¿Qué es más numeroso, lo muerto o lo vivo?”.

   “Lo vivo, pues lo muerto no es”.

   “¿Quién produce los animales mayores, el mar o la tierra?”.

   “La tierra, pues el mar es sólo parte de la tierra”.

   “¿Cuál es la más inteligente de las bestias?”.

   “Aquella que el hombre todavía no conoce”. (El hombre teme lo desconocido).

   “¿Qué existió primero, el día o la noche?”.

   “El día fue primero por un día”. Esta respuesta hizo que Alejandro mostrara sorpresa; el bramín añadió: “Las preguntas imposibles requieren imposibles respuestas”.

   “¿Cuál es la mejor forma de que un hombre se haga querer?”.

   “Será querido aquel hombre que, si está dotado de gran poder, no se hace temer”.

   “¿Cómo puede un hombre convertirse en un dios?”5.

   “Haciendo aquello que le es imposible hacer a un hombre”.

   “¿Qué es más fuerte, la vida o la muerte?”.

   “La vida, porque soporta muchos males”.

   Alejandro consiguió llevarse de la India, como profesor, a un verdadero yogui. Este hombre era Swami Sphines, llamado “Kalanos” por los griegos porque el santo, devoto de Dios en la forma de Kali, saludaba a todo el mundo pronunciando Su propicio nombre.

   Kalanos acompañó a Alejandro a Persia. En un día establecido, en Susa, Persia, Kalanos abandonó su viejo cuerpo entrando en una pira funeraria a la vista de todo el ejército macedonio. Los historiadores recogen el asombro de los soldados, que fueron testigos de cómo el yogui no temía ni al dolor ni a la muerte y que no se movió de su puesto mientras era consumido por las llamas. Antes de dirigirse a su cremación, Kalanos había abrazado a todos sus compañeros cercanos, pero se abstuvo de despedirse de Alejandro, a quien el sabio hindú simplemente le comentó:

   “Te veré pronto en Babilonia”.

   Alejandro dejó Persia y murió un año más tarde en Babilonia. Las palabras de su gurú indio habían sido su forma de decir que estaría junto a Alejandro en la vida y en la muerte.

   Los historiadores griegos nos han dejando muchas vívidas e inspiradoras imágenes de la sociedad india. Las leyes hindúes, nos dice Arriano, protegen al pueblo y “decretan que nadie entre ellos será, bajo ninguna circunstancia, un esclavo, sino que, disfrutando de libertad, respetarán los mismos derechos que todos poseen. Pues aquellos, piensan, que han aprendido a no dominar sobre nadie ni a acobardarse ante nadie, conseguirán la vida mejor adaptada a todas las vicisitures”6.

   “Los indios”, dice otro texto, “no prestan dinero a usura ni conocen el pedir prestado. Para un indio es contrario a los usos establecidos engañar o ser engañado, por ello ni hacen contratos ni exigen garantías”. La curación, se nos dice, se trata de forma simple y natural. “La cura se efectúa más por medio de la regulación de la dieta que por el uso de medicinas. Los remedios más apreciados son los ungüentos y los emplastos. Todos los demás son considerados en gran medida dañinos”. La participación en la guerra se restringe a los Kshatriyas o casta de guerreros. “Ningún enemigo caerá sobre un hombre casado que trabaja la tierra, no le hará ningún daño, pues siendo considerados los hombres como él benefactores públicos, están protegidos de todo perjuicio. Así pues, la tierra no es devastada y continúa produciendo buenas cosechas, proporcionando a los habitantes lo necesario para hacer la vida agradable”7.

   El Emperador Chandragupta, quien en el año 305 a.C. había derrotado al general de Alejandro Seleucus, decidió, siete años después, ceder las riendas del gobierno de la India a su hijo. Dirigiéndose al Sur de la India, Chandragupta pasó los últimos doce años de su vida como un asceta sin dinero, buscando la autorrealización en una cueva rocosa en Sravanabelagola, honrada ahora como un santuario de Mysore. Cerca se levanta la estatua más grande del mundo, excavada en una inmensa roca por los Jains en el año 983 d.C. para honrar al santo Comateswara.

   Los omnipresentes santuarios de Mysore son un recordatorio constante de los muchos grandes santos del Sur de la India. Uno de estos maestros, Thayumanavar, nos dejó el siguiente desafiante poema:

   Podrás dominar a un elefante desenfrenado;
   Podrás cerrar la boca del oso y el tigre;
   Podrás cabalgar sobre un león;
   Podrás jugar con la cobra;
   Gracias a la alquimia podrás ganarte el sustento;
   Podrás vagar de incógnito por el universo;
   Podrás hacer vasallos a los dioses;
   Incluso podrás ser joven siempre;
   Podrás caminar sobre el agua y vivir en el fuego;
   Pero controlar la mente es mejor y más difícil.

   En el bello y fértil estado de Travancore, en el extremo meridional de la India, donde el tráfico se realiza por ríos y canales, el Maharajá asume todos los años la obligación de expiar el pecado en que se incurrió, en un pasado lejano, con las guerras y la anexión de varios pequeños estados a Travancore. Anualmente, el Maharajá visita durante cincuenta y seis días el templo tres veces al día, para oír himnos y recitaciones védicas; la ceremonia de expiación termina con el lakshadipam o iluminación del templo con cien mil luces.

   El gran legislador hindú Manu8 señaló los deberes de un rey. “Debe colmar de comodidades como Indra (señor de los dioses); recaudar impuestos suave e imperceptiblemente, tal como el sol obtiene vapor del agua; entrar en la vida de sus súbditos como el viento va a todas partes; imponer justicia para todos como Yama (dios de la muerte); atar a los transgresores con un nudo corredizo como Varuna (deidad védica del cielo y el viento); agradar a todos como la luna; abrasar a los enemigos crueles como el dios del fuego; y mantener a todos como la diosa tierra.

   “En la guerra el rey no debe luchar con armas venenosas o con fuego ni matar al enemigo débil, desprevenido o desarmado o a los hombres atemorizados o a quien implora protección o huye. Debería recurrirse a la guerra sólo como último recurso. En la guerra los resultados son siempre dudosos”.

   En la Madrás Presidency, en la costa Sureste de la India, se encuentra la llana y espaciosa ciudad de Madrás, rodeada por el mar, y Conjeeveram, la Ciudad Dorada, capital de la dinastía Pallava, cuyos reyes gobernaron durante los primeros siglos de la era cristiana. En la moderna Madrás Presidency, los ideales de no violencia de Mahatma Gandhi se han extendido ampliamente; los característicos “bonetes Gandhi” blancos se ven por todas partes. En el Sur en general, el Mahatma ha llevado a cabo muchas importantes reformas en los templos para los “intocables”, así como reformas en el sistema de castas.

   El origen del sistema de castas, formulado por el gran legislador Manu, era admirable. Vió claramente que los hombres se distinguen por evolución natural en cuatro grandes clases: quienes están capacitados para rendir servicio a la sociedad mediante el trabajo corporal (Sudras); quienes sirven por medio del intelecto, la destreza, la agricultura, la industria, el comercio y una vida de negocios en general (Vaisyas); quienes tienen talento administrativo, ejecutivo y de protección, gobernantes y guerreros (Kshatriyas); los de naturaleza contemplativa, espiritualmente inspirados e inspiradores (Brahmins). “Ni el nacimiento, ni los sacramentos, ni los estudios, ni los antepasados pueden decidir que una persona sea nacida-dos-veces (es decir, un Brahmin)”, declara el Mahabharata, “sólo el carácter y la conducta pueden decidirlo”9. Manu enseñó a la sociedad a mostrar respeto hacia sus miembros en la medida en que poseyeran sabiduría, virtud, edad, parentesco o, por último, riqueza. En la India védica, la riqueza fue siempre despreciada si se atesoraba o no se utilizaba con fines de caridad. A los hombres poco generosos de gran riqueza se les asignaba un bajo rango social.

   Surgieron grandes males cuando el sistema de castas se consolidó, a través de los siglos, como una soga hereditaria. Actualmente, los reformadores sociales como Gandhi y los miembros de numerosas sociedades de la India, están haciendo lentos pero seguros progresos en la restauración de los antiguos valores de la casta, basados únicamente en la cualificación natural y no en el nacimiento. Todas las naciones de la tierra tienen su propio karma distintivo, productor de miserias, del que ocuparse y eliminar; también la India, con su versátil e invulnerable espíritu, se mostrará a su altura en la tarea de la reforma de las castas.

   La India del Sur es tan fascinante que el Señor Wright y yo ansiábamos prolongar nuestro idilio. Pero el tiempo, con su tosquedad inmemorial, no nos concedió extensiones de cortesía. Se acercaba el día fijado para dirigir la última sesión del Congreso de Filosofía India en la Universidad de Calcuta. Al final de la visita a Mysore disfruté de una charla con Sir C. V. Raman, presidente de la Academia India de las Ciencias. A este brillante físico hindú se le concedió el Premio Nobel en 1930 por su importante descubrimiento de la difusión de la luz, el “Efecto Raman”, conocido actualmente por todos los escolares.

   Despidiéndonos a regañadientes de una multitud de estudiantes y amigos de Madrás, el Señor Wright y yo partimos para el Norte. En el camino nos detuvimos en un pequeño santuario consagrado a la memoria de Sadasiva Brahman10; la historia de su vida, acaecida en el siglo XVIII, es un denso cúmulo de milagros. Un santuario de Sadasiva más grande en Nerur, erigido por el Rajá de Pudukkottai, es un lugar de peregrinación, testigo de numerosas curaciones divinas.

   Por los pueblos del Sur de la India todavía circulan muchas historias curiosas de Sadasiva, un maestro adorable y totalmente iluminado. Inmerso un día en samadhi a la orilla del Río Kaveri, se vio que Sadasiva era arrastrado por una súbita crecida. Semanas después se le encontró profundamente enterrado en el barro. Cuando los aldeanos, utilizando palas para sacarle, llegaron a su cuerpo, el santo se levantó y se marchó caminando con energía.

   Sadasiva jamás hablaba una palabra ni usaba ropa. Una mañana, el desnudo yogui entró sin ceremonias en la tienda de un jefe musulmán. Sus mujeres chillaron alarmadas; el guerreo asestó con su espada un salvaje golpe a Sadasiva, cuyo brazó quedó cortado. El maestro se marchó sin preocuparse. Dominado por el remordimiento, el musulmán recogió el brazo del suelo y siguió a Sadasiva. El yogui insertó tranquilamente su brazo en el muñón sangrante. Cuando el guerrero le pidió humildemente enseñanza espiritual, Sadasiva escribió en la arena con el dedo:

   “No hagas lo que quieres y entonces podrás hacer lo que deseas”.

   El musulmán alcanzó un elevado estado mental y comprendió que el paradógico consejo del santo era una guía hacia la libertad del alma por medio del dominio del ego.

   En una ocasión, los niños del pueblo expresaron, en presencia de Sadasiva, el deseo de presenciar la festividad religiosa de Madura, a 225 Kilómetros. El yogui les dijo a los pequeños que tocaran su cuerpo. ¡Y quién se lo iba a decir!, instantáneamente todo el grupo fue transportado a Madura. Los niños deambularon felices entre los miles de peregrinos. Al cabo de algunas horas, el yogui llevó su pequeña carga a casa en su sencillo medio de transporte. Los asombrados padres escucharon los realistas relatos de la procesión de las imágenes y vieron que varios de los niños traían bolsas de dulces de Madura.

   Un joven incrédulo se mofó del santo y de la historia. A la mañana siguiente se acercó a Sadasiva.

“Maestro”, dijo con desdén, “¿por qué no me lleva a mí a la fiesta, tal como hizo ayer con los demás niños?”.

   Sadasiva accedió; el chico se encontró inmediatamente en la distante y atestada ciudad. Pero ¡ay!, ¿dónde estaba el santo cuando el joven quiso regresar? El cansado muchacho volvió a casa por el antiguo y prosaico método de locomoción pedestre.

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1 La Señora Bletch, incapaz de mantener el activo ritmo que llevábamos el Señor Wright y yo, se había quedado feliz con mis familiares en Calcuta. Volver

2 Esta presa, una enorme instalación hidroeléctrica, alumbra Mysore City y alimenta fábricas de seda, jabón y aceite de sándalo. Los recuerdos de madera de sándalo de Mysore poseen una deliciosa fragancia que no se pierde con el tiempo; un ligero pinchazo reaviva el olor. Mysore presume de las industrias pioneras de la India, incluyendo las Kolar Gold Mines, la Fábrica de Azúcar de Mysore, las inmensas obras en hierro y acero de Bhadravati y el barato y eficaz Ferrocarril del Estado de Mysore, que cubre gran parte de los 45.000 Kilómetros cuadrados del estado.

El Maharajá y el Yuvarajá que fueron mis anfitriones en Mysore en 1935, han muerto recientemente. El hijo del Yuvarajá, el actual Maharajá, es un gobernante emprendedor y ha añadido a las industrias de Mysore una gran empresa aeronáutica. Volver

3 Seis volúmenes en Ancient India (Calcuta, 1879). Volver

4 Ni Alejandro ni ninguno de sus generales cruzó jamás el Ganges. Encontrando decidida resistencia en el Noroeste, el ejército macedonio rehusó penetrar más allá; Alejandro se vio forzado a dejar la India y buscar sus conquistas en Persia. Volver

5 De esta pregunta podemos deducir que el “Hijo de Zeus” tuvo una duda pasajera de haber alcanzado ya la perfección. Volver

6 Todos los observadores griegos comentan la falta de esclavitud en la India, un hecho totalmente distinto a la estructura de la sociedad griega. Volver

7 Creative India, del Prof. Benoy Kumar Sarkar, proporciona una información exhaustiva de los logros y valores distintivos de la India antigua y moderna en economía, ciencia política, literatura, arte y filosofía social. (Lahore: Motilal Banarsi Das, Publishers, 1937, 714 pp. $5.00) Volver

8 Manu es el legislador universal; no sólo para la sociedad hindú sino para el mundo. Todos los sistemas de normativa social e incluso de justicia, basados en la sabiduría y la prudencia, se han dictado siguiendo a Manu. Nietzsche le rindió el siguiente tributo: “No conozco ningún libro en que se hayan dicho a las mujeres cosas tan delicadas y dulces como en el Lawbook of Manu; aquellos ancianos y sabios antiguos tenían una forma galante de ser con las mujeres que quizá no pueda ser sobrepasada…. una obra intelectual incomparable, superior… cargada de nobles valores, está llena de un sentimiento de perfección, con un sí a la vida y un jubiloso sentido de bienestar en relación a uno mismo y a la vida; el sol resplandece en todo el libro”. Volver

9 Originalmente, la inclusión en una de estas cuatro castas dependía, no del nacimiento de un hombre, sino de sus actitudes naturales, demostradas por el objetivo que él elegía alcanzar en la vida”, nos dice un artículo en East-West de Enero de 1935. “Esta meta podía ser (1) kama, deseo, actividad de la vida de los sentidos (estado Sudra), (2), artha, ganancia, conseguida controlando los sentidos (estado Vaisya), (3) dharma, auto disciplina, la vida de la responsabilidad y la acción correcta (estado Kshatriya), (4) moksha, liberación, la vida de la espiritualidad y la enseñanza religiosa (estado Brahmin). Estas cuatro castas hacían servicio a la humanidad a través de (1) el cuerpo, (2) la mente, (3) la fuerza de voluntad, (4) el Espíritu.

“Estos cuatro estados tienen su correspondencia en las gunas eternas o cualidades de la naturaleza, tamas, rajas y sattva: obstrucción, actividad y expansión; o masa, energía e inteligencia. Las cuatro castas naturales están marcadas por las gunas como (1) tamas (ignorancia), (2) tamas-rajas (mezcla de ignorancia y actividad), (3) rajas-sattva (mezcla de acción correcta e iluminación), (4) sattva (iluminación). De esta forma la naturaleza asigna a cada hombre su casta, al predominar en él una, o la mezcla de dos, de estas gunas. Por supuesto todo ser humano tiene las tres gunas en distintas proporciones. El gurú podrá determinar correctamente la casta o estado evolutivo de un hombre.

“Hasta cierto punto, todas las razas y naciones observan en la práctica, si no en la teoría, el hecho de las castas. Cuando existe excesiva licencia, o mal llamada libertad, particularmente en matrimonios mixtos entre extremos de las castas naturales, la raza se reduce y llega a extinguirse. El Purana Samhita compara la descendencia de tales uniones con híbridos estériles, tal como la mula es incapaz de propagar su propia especie. Las especies artificiales son finalmente exterminadas. La Historia ofrece abundantes pruebas de muchas grandes razas que ya no tienen ningún representante vivo. Los pensadores más profundos de la India atribuyen al sistema de castas el control o la prevención del libertinaje que ha preservado la pureza de la raza y la ha llevado con seguridad a lo largo de milenios y vicisitudes, mientras otras razas han desaparecido en el olvido. Volver

10 Su título completo era Sri Sadasivendra Saraswati Swami. El ilustre sucesor de la solemne línea Shankara, Jagadguru Sri Shankaracharya de Sringeri Math, escribió una inspirada Oda dedicada a Sadasiva. El número de Julio de 1942 de East-West, dedica un artículo a la vida de Sadasiva. Volver

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